martes, 27 de abril de 2010

Los suspiros del puente barranquino: identidad bohemia a través de los años

Es de noche. Desde la plaza de Barranco, hay dos callecitas hacia dónde dirigirse en busca de distracción. Una a cada lado, cada cual con su oferta a la vista. En el medio, la Biblioteca Municipal –ya cerrada- contempla el desarrollo de la bohemia noche.

Por un lado, se divisa el boulevar barranquino, famoso por sus concurridas juergas cada fin de semana, ante la ávida demanda juvenil de diversión. Cita para los devotos de la movida chupística.

El frío propio de los inicios del otoño limeño contrasta con la calidez que proyectan los antiguos faroles sobre el puente de los suspiros. Pareciera un sugerente llamado que nos invita a acercarnos.

Es sorprendente el tranquilo ambiente que proyecta este singular espacio, sobre todo dentro de una ciudad en cuyas calles caminar -incluso de día- ya no es seguro. Contrasta con el comentario del cobrador del micro (¿Qué? ¿Vas a suicidarte?) cuando le indiqué que venía para acá. Me pregunto si es eso lo que el puente representa ahora: vestigios suicidas de un pasado romántico.

El puente de los suspiros y sus alrededores han sido objeto de bellas composiciones artísticas y literarias, todo un repertorio que va desde poemas hasta canciones. Chabuca Granda, gran cantautora de la música popular costeña, se inspiró en este apacible lugar para componer la famosísima canción a la que le dedicó el nombre.


No hay sólo cuatro gatos, como imaginé. Abundan parejas de lentísimo caminar, aquel que va acompañado de manos entrelazadas y miradas cómplices. Jóvenes y no tan jóvenes, deambulan alrededor del puente y de la bajada de los baños. Los emparejados cuerpos se dirigen al vecino mirador, cual feligreses en procesión. Una vez allí, los suspiros nacidos en el puente son lanzados al mar. Besos cierran bocas de dos en dos, las palabras sobran ante tan privilegiada vista. ¿Es un ritual de añoranza el que se presencia aquí?

En el jirón Zepita, nombre de la calle que se dirige al puente, se entremezclan el pasado y presente barranquino: veredas de piedra desgastada y faroles de tipo antiguo, con modernos y amplios restaurantes y bares. Monumentos históricos de inicios del siglo pasado, como la Ermita, son bañados en luz por potentes reflectores instalados por el Municipio en los últimos años. Parece que, por el contrario, el pasado y presente barranquino comparten una identidad bohemia que los une antes que oponerlos.

Mas no sólo de suspiros vive el puente. Las anticucherías que ahora lo adornan aceptan VISA y MasterCard. Chabuca se quedaría con la boca abierta, ya no sólo por los platos criollos allí servidos, sino de sorpresa ante la hibridez temporal del lugar: ahora el puente aloja la modernidad de lo tradicional, la tradición en lo moderno.

En efecto, el puente y sus alrededores conforman parte esencial del recorrido cultural y turístico del distrito, ya sea de noche o de día. Lo tradicional se extraña; y si puede renovarse, mejor. Así lo entiende la municipalidad y sus vecinos que mantienen al lugar entre su pasado bohemio y su presente juerguero, con el permiso de Chabuca.

Ricardo Zimic

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