miércoles, 21 de abril de 2010

Los Hijos de Ares

Si uno mira hacia atrás, la historia nos muestra las cosas terribles que los humanos somos capaces de hacer y la facilidad con la que luego censuramos los hechos. Diariamente nos rompemos en críticas hacia lo que consideramos violento, antidemocrático y abusivo, como por ejemplo el temible régimen de Adolf Hitler o el polémico Hugo Chávez.

Sin embargo, nuestros métodos de búsqueda de paz son bastante contradictorios. Hacemos guerras en las que, según nos han hecho creer, defendemos la paz y la tranquilidad de los pueblos; hacemos guerras por la noble defensa de los ideales, hacemos guerras por la igualdad y la justicia. En resumen: la guerra es un gran negocio y tiene diversas caras.

Una de ellas es el llamado terrorismo, que a su vez, como podrán imaginar, tiene sus formas. Existe el terrorismo que casi todos conocen y temen, es decir, el de grupos como Sendero Luminoso, ETA, Al Qaeda o las FARC; organizaciones que justifican el derramamiento de sangre y el sacrificio de “unos cuantos” por lo que consideran el bien común, es decir, la victoria de su ideología. Y existe también, lo que me parece aún más peligroso: el terrorismo de estado.

El terrorismo de estado, cuyos actores proceden de entidades gubernamentales, se practica bajo la justificación de “razón de estado”; y ha sido experimentado por Latinoamérica en diversas ocasiones, como en los gobiernos de Fujimori, Pinochet o Stroessner, en Paraguay. Este tipo de terrorismo, que difícilmente es catalogado así, es del que debemos cuidarnos, ya que proviene de una institución que supuestamente debería garantizar el orden y la seguridad.

Día a día nos rasgamos las vestiduras por la democracia y la paz, pero lo que no consideramos es que somos herederos de aquello que tanto repudiamos. Hitler ganó de cierta forma, ya que la búsqueda de poder por medio de la violencia y la idea de la superioridad de ideologías es, sin duda alguna, una semilla que nos quedó del régimen nazi, semilla que, al parecer, nos hemos encargado de nutrir religiosamente.

Claudia Lobatón



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