martes, 20 de abril de 2010

¡Fuera de acá chismoso!

¿En serio creían que una sociedad vigilada por agentes desde todos los ángulos posibles otorgaría tranquilidad? Al parecer somos cada vez más quienes pensamos que no. Y es que todo tiene sus límites. Visto bueno para las cámaras ubicadas en los postes que vigilan parques, calles, supermercados y demás lugares apetecibles para borrachos, drogadictos y delincuentes. Asimismo, un aplauso para las redes sociales que desde hace unos años entretienen y hacen más lúdica la vida de muchas personas.

Hasta aquí todo bien, pero la incomodidad y las protestas empiezan cuando estos ojos vigilantes y casi espías se entrometen en nuestro derecho a la privacidad. Google Earth empezó como un gran avance tecnológico de mucha utilidad para ubicarnos, pero es un exceso que se pueda ver el techo o la puerta de tu casa. Hoy solo son fotografías, pero mañana, tal vez por disposiciones gubernamentales, se tenga que fotografiar los interiores de los domicilios. Facebook es un sitio web con aplicaciones divertidas que atraen a millones de miembros, pero todos los usuarios debemos someternos a que, si a los administradores se les antoja, hagan uso y desuso de nuestra información y no precisamente para fines éticamente correctos.

El Gran Hermano. Muy divertido observar cómo los temporales cohabitantes discuten, se mandan bien lejos, se enamoran, se engañan y hasta tienen relaciones sexuales. Correcto, pero se trata de la ficción señores. Es fácil asegurar que si se le propone a algún participante de este reality show poner cámaras en su verdadero hogar, la respuesta sería un rotundo no. Pero lo peor de todo es cuando esta violación a la privacidad la producen los propios miembros de la familia: imagino el grado de temor y desconfianza que deben sentir los niños cuyos padres salen a trabajar e instalan cámaras en la casa para, desde su centro de labores, revisar que hagan su tarea, que no vean mucho tiempo televisión o que no se entretengan tanto frente a la computadora.

Tal vez sea necesario discutir (una vez más) la noción sobre el límite entre lo privado y lo público, redefinir las políticas de estado ahora que se cuenta con un gran andamiaje tecnológico y quizá -para los más radicales- abstenernos de utilizar nuevos programas que requieran información privada. Si esto continúa así, muy pronto nuestra libertad se verá sujeta, y nuestra tranquilidad y capacidad de decisión asediada, por esos indeseables ojos vigilantes que hace buen tiempo empezaron a asomarse por la rendija.

Miguel Morales

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