martes, 27 de abril de 2010

La muerte del Fénix

Antigua pequeña ficción con mucho de verdad...
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Escenario: jueves, 11 de septiembre del 2008, exactamente en el cruce ~e los jirones xxx y xxx, a la altura de la cuadra trece de la avenida César Vallejo en El Agustino. Gris tarde de primavera que me envuelve conversando con un ser único y cotidiano tras muchos intentos de lograr siquiera verlo. Él es can­tante de una banda rockera icono nacional de gran éxito internacional en los años noventa. ¿Por qué vive prácticamente en una choza? Vive como lo que es y por lo que cree. Hace de su vida su "Gran obra". No hay nada en sus canciones fuera de cada paso que dé. Directo y soñador, bohemio y sensible, Hernán Cachuca Condori, legendario líder del grupo Los Mojarras, primera agrupación en fusio­nar el rack con la chicha, el huaino y el vals, me habla aquí, desde la esquina de su casa en El Agustino.

Fines de los setenta. Dictaduras, refor­mas, desborde urbano, coqueteos con la democracia. Fue la época de los parias en su propia tierra. Cachuca era uno de ellos. Mofa de su apellido, de su color, de sus rasgos. Todo ello calaba hondo en la mentalidad de los inmigrantes. Todo ello sería la matriz de la obra de un "artista", el punto de quiebre de una generación. Los Mojarras, musical y socialmente, fue uno de aquellos productos iluminados con la sapiencia de la condensación de su realidad en un par de líneas, en un par de acordes.

No fue sino hasta el año 1992 que grandes productores nacionales e internacionales, como Augusto Tamayo, catalogaron la música y letras de Los Mojarras como un "reflejo etnográfico de la metrópolis peruana". Eran tiempos de sentirse orgullosos. El comienzo era prometedor: una película con su músi­ca. Producciones televisivas como "Los de arriba y los de abajo", "Tribus de la calle", "Los choches". El rock-chicha, con letras directas y reales, golpeaba tu cara tan fuerte como la bota de cuero llena de tierra de Cachuca. Eran tiempos de decir las cosas claras y de pintar "lo que pintaba el día y la noche". Giras al exterior e incluso a Alemania perfilaban un cuento de hadas para Cachuca y Los Mojarras. Pero la manzana nació podrida y el gusano estaba a punto de emerger.

Muchos cambios en los integrantes, muchos altercados dentro de la banda, muchas declaraciones que sindicaban a Cachuca -y su personalidad- como el destructor de lo que quizá pudo haber sido "la banda de rock insignia del Perú". Algo así como El Tri en México o Soda Stereo en Argentina. Lo cierto es que, mientras converso con El tiburón, como lo llaman aquí por su descomunal boca, el humano se va escondiendo y la fachada del "divo" va emergiendo:

Cachuca: No, hermano. Aquí no hu­biese funcionado así. Vivimos en un país donde hay que negar todo lo que le dé brillo a la real identidad. Si Pedro Suárez hace canciones como "La cama me da vueltas", canciones tan imbéciles como hace este tipo, está bien. Si Gian Marco canta algo semejante, está bien. Los Mo­jarras hicimos el primer rock chicha y han tratado de enterramos hasta ahora. Sale Bareto, son de Miraflores y le compran cincuenta mil discos.

José: ¿En realidad crees que solo le compran discos porque son de Miraflo­res? Yo creo que ya es un poco descuidado de tu parte decir eso Hemán.

C: ¡No, huevón! Lo que pasa es que aún funciona la hipocresía limeña-peruana. La tranquilidad mía reside en que lo que yo, Hemán Condori, he sembrado, ahora se puede ver.

J: Yo no sé cómo puedes tener tranqui­lidad si tuviste algo tan bueno y ahora es prácticamente nada.

(Su rostro mutó en algo inefable. El incómodo silencio se fundía con la clásica mirada de "¿Qué le pasa a este pendejerete?". "Vamos a comprar pu­chos, enano. Creo que tanta basura que te han dicho de mí esos imbéciles te está cagando", me dijo. [Por "esos imbéci­les" se refería a Óscar Rivera, ex bajista de la agrupación con quien conversé semanas atrás; también a Rosa la chata Villafuerte, fotógrafa de profesión que, en su juventud, vivió la gran propuesta de aquellos incipientes rockeros muy de cerca.] Con una risa hipócrita resalté mi posición propia, pero no podía evitar creer en esos "imbéciles". Eran muchos, eran todos.)

C: Una caja de Hamilton, Bertha. J: No fumo Hamilton, gracias.

C (me mira y se dirige a mí con una risa sarcástica): Puta, burguesito te com­putas. Fuma no más, enano de mierda. (Carcajadas)

J (dando una pitada al cigarro): Ya en serio, gordo, tú más que nadie sabe por qué no se consolidaron. Por qué no me lo quieres decir. Y no me vengas con cuentos. En lo poco que te conozco sé que eres un cuentista por naturaleza.

(En realidad lo era. Cuando conversé con la chata Rosa le pedí que me definiera en unas pocas palabras a Cachuca: "Es un mentiroso compulsivo", me dijo. Fotógrafa reconocida en el medio, a sus veinte años creyó en el artista, creyó en Cachuca. "Creo que lo enarbolé demasiado. Nunca debes confiar demasiado en las personas, muchí­simo menos si las sigues por su obra. Yo no distinguí al artista del humano. Como artista es bueno. Como humano es un mediocre". La imagen del hombre bandera de las mixturas se desmoronó ante sus ojos cuando, en un programa de Jaime Bayly, Rosa vio a un ser extraño, ajeno al conocido. Se dio cuenta de que era una cara más del macizo taxista del Agustino.)

C: ¡Plata! Antes y ahora. Tú vas con tu disco a la radio y no eres del stablishment de Miraflores, hasta ahora, te lo aseguro, no te reciben el disco. ¡Ni con plata! Es tan real como te estoy hablando en este instante, enano. Tendrías que ser un Tongo para que te dejen entrar. O sea, hacerte el payaso, el ridículo, el imbécil, el cojudo, el "huele pedo" para que recién te digan: "Qué lindo es este serranito; vamos a darle su platita para burlamos de los cholitos".

J: No, pues, gordo. Ustedes lo tenían todo. Te dije que no me contaras cuentos. Todo el mundo sabía de su éxito con las miniseries, las películas, las giras a Europa, los discos. No me digas que no tuvieron apoyo porque...

C: Apoyo hipócrita (arroja el cigarro, enrumba a su casa y cruza la pista gritan­do). Yo pensé que venías a conversar y chupar un rato. Hace tiempo que no nos vemos y me vienes con mariconadas.

J (corriendo tras él): Tienes casi cincuenta años, gordo, ¿por qué no podemos tener una conversación sin alcohol y sin berrinches?

(Ambos, ya frente a su puerta, nos vemos las caras. Él me mira con desdén. Yo le doy una palmada en el brazo mientras saco un reproductor de mp3 de mi bolso.)

C: ¿Me vas a dar un regalo, enano?

(Risas)

J: Póntelo en la oreja. ¿Qué sientes cuan­do te escuchas? Así como yo, te aseguro que hay muchos que aman tu música pero no saben dónde carajo estás, qué haces o qué eres. Creo que la última vez que te vieron fue en el programa de "La urraca", cuando tuviste un pleito con tu mujer.

C (impávido ante mis palabras): Es un himno, ¿verdad enano? Algunos no saben quién rayos soy pero conocen esta canción. (Cantando en plena acera) "¡Alma para conquistarte. Corazón para quererte. Y vida para vivida junto a ti! ¡Sí, Perú!".

(Aquel era el pedazo de la letra de un vals que Cachuca introdujo en una de sus canciones, su más glo­riosa canción: "Triciclo Perú". Tenía curiosidad de saber cómo se le había ocurrido y no pude evitar preguntarle en medio de su trance temporal: "Es creatividad mía, cholito. El baboso de Óscar [Rivera] de seguro te ha dicho que un amigo hizo la acotación. Yo soy, enano. Los Mojarras no existirían si no existiese yo. Si tú dejas a todos los músicos de Los Mojarras ahí y me sacas a mí, ¿existirían Los Mojarras? ¡Simplemente, no! Ahora, si me dejas a mí solo buscar gente nueva, Los Mojarras seguirán tocando".)

J: Cállate; gordo. Sería bueno que la cantaras en esos conciertos gratis que haces. Pero nunca lo haces. Solo tocas temas desconocidos.

C: Eso lo hago por respeto a "mis muchachos".

J: ¿Cuántas camadas de músicos vas sacando, ah?

C: Ya perdí la cuenta, hermano.

J: ¿No te gustaría volver con los anti­guos Mojarras?

C: Nunca hubo una banda. Era yo y mis sueños. Ellos solo fueron mi palanca. Yo descubría los traseros sucios que nadie quería descubrir. Es algo que no muchos hacen y, si lo hacen, pocos persisten.

J: ¿Por qué eres tan orgulloso? Muchos te sindican como el principal destructor de Los Mojarras y parece no importarte.

C: Yo no sufro porque no se me com­prenda. Lo más estúpido sería que yo no me comprendiera como no se comprenden mis músicos u otros. Ellos son el proble­ma. Ellos no saben que tocaron conmigo. Ellos no saben que estaban tocando algo trascendental.

(Hemos estado caminando por la cuadra, llenándonos de tierra, él los pies en sandalias, yo las Converse recién compradas. El cielo gris ya se muere y hace frío. Preciso para algún licor térmico.)

J: Ya, gordo. Tocas hoy, ¿no?

C: En "El Averno", cholito. Vamos y deja de preguntarme tantas cojudeces. Hoy tocaré gratis. Solo por gusto. Hace una semana he venido de unos conciertos en el interior. Pagan bien adentro.

J: Dale, vamos. Pero prométeme que tocarás "Triciclo".

C: Ya, enano. Pero vamos a hacer rock & roll

(Partimos en el viejo Datsun blanco con el cual hace taxi. En "El Averno" es el rey. Sube al escenario, canta, grita, lo aplauden y toma. Y toma, y toma, y toma y pronto ya no canta. Es un borracho más dentro de una cantina rockera en el centro de Lima. Así se muere el ídolo y solo queda el humano que, me guste o no, es un "mentiroso compulsivo". Cayó borracho antes de cumplir su promesa, la última que le pediría hasta el día de hoy. Son las siete de la mañana del día siguiente y Hernán "vive por lo que es y por lo que cree": él mismo.)


Jose b. b.

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