martes, 6 de abril de 2010

Disonancia Imperial

En la cuadra ocho del jirón Caylloma, tras unas rejas negras, casi oculto yace el Salón Imperial. Se supone que hay un concierto dentro pero el lugar resulta tan callado que la primera sensación que tengo es haberme confundido de dirección. Le pregunto al guardia y me dice que estoy en el lugar correcto. Antes de dejarme pasar me revisa con un detector de metal; extraña formalidad. “Hemos encontrado a alguien tratando de entrar con marihuana”. Cosa de risas: hierba debería ser la mínima preocupación de un guardia en un local como este, en el que hay conciertos hardcore anarquistas cada par de semanas a los que atienden la gente más rayada de todo Lima. Yo me había imaginado que alguien había intentado meter una bomba.

Tras cruzar la entrada me encuentro dentro de este edificio enorme y exagerádamente sombrío. Un local con pésima iluminación y alrededor máximo 10 personas sentadas bebiendo cerveza. Son las 11 de la noche y se supone que el concierto comenzaba hace 3 horas. Obviamente el escenario vacío.

Cerca de una esquina hay apiladas cientos de sillas negras y al lado, sentado en el suelo, está Daniel, quién será mi guía esta noche. Daniel es un tipo inmenso, que viste con ropa oscura y una casaca de jean cubierta por parches con bandas de bandas metaleras. Lleva el pelo largo y rizado amarrado en una cola y un bigote, cuyas puntas terminan con un giro hacia arriba, que no dejará de enrollar con los dedos al estilo de villano de película muda. Tras reconocerme y darme un saludo comienza a darme un tipo de explicación a modo de queja.

-Así no era antes. No puedo creer que con bandas tan buenas tocando hoy haya venido tan poca gente. La escena local se ha muerto, o no sé. Qué falla es la gente.

-¿Has venido a conciertos aquí antes?

-Un culo. Es más, la primera vez que toqué en público fue aquí. Tenía 20 años y esta huevada andaba llenecita. Era maleadazo. Entre esas 4 columnas frente al escenario se armaba el pogo y pucha, era bien loco en ese entonces. La gente era bien hardcore. Se golpeaban contra los muros, toda la huevada.

-¿Hace cuánto fue eso?

-No tanto. Unos 4 años. No he estado en Lima mientras tanto, no sé qué habrá pasado con la gente que no hay ni un gato esta noche.

Pero sí hay gatos, detrás de nosotros, maullando. Lo que inicialmente comenzó siendo una coincidencia irónica se volvería más tarde una molestia asquerosa debido al olor de su orina.

-Hay que comprar unas chelas.- me dice impacientemente. Inmediatamente accedo.

Después de empezar a tomar, los silencios incómodos pasan más desapercibidos, por lo que empiezo a observar el alrededor como para distraerme mientras espero a que comience por fin el concierto. Noto que debajo del escenario hay un cartel que tiene escrito “Los Topacos”.

-¿Quiénes son Los Topacos?

-Quién chucha serán.

Volvemos al silencio incómodo. Ante la frustración de tal estancamiento sólo logro terminar mi bebida y echar la cabeza hacia atrás con los ojos cerrados.

-¡Nunca te quedes dormido aquí!- me grita Daniel, con una cara tan seria que da miedo.- Una vez me quedé jato y me pelaron mi billetera. La gente de acá no es de confiar. Un par de veces también me he peleado acá.

-¿Cómo así?

-Por ejemplo una vez estaba en el pogo y estaba maleado. De pronto me cae un puñetazo en la nuca. Ahora, una cosa es lo violento que puede ser un pogo y etcétera, pero otra huevada es que un huevón venga y te tire un puñete en la nuca, pues, no seas pendejo. Esa huevada es a propósito. Así que lo que hice fue voltear y reconocí al pata que lo había hecho. Era un tipo con el que ya había tenido problemas. Y bueno, había tanta gente que no había manera de estar seguro que había sido él pero… había sido él. Lo cogí de la camisa y le empecé a golpear en la cara. Lo dejé hecho basura. Él también consiguió lanzarme unos golpes pero yo lo dejé mucho peor. Después se armó todo un roche con sus patas así que me quité nomás.

Después de un rato empieza a llegar más gente, la mayoría con pelo largo y absolutamente todos vestidos de negro. Su ropa los camufla dentro de esa enorme sombra que es el local, sin ventanas a la calle y con sólo unas luces tenues para identificar el escenario, la barra donde vendían cerveza y el baño, al que luego intentaría explorar, pero al que nunca lograría entrar debido a qué tan ridículamente nefasto era su olor.

Comienzan a tocar los primeros grupos, caracterizados por sus constantes equivocaciones y notoria falta de experiencia. 'Chibolos, nomás'. Mientras avanza la noche la música y el ambiente van mejorando. Cada vez más público y bandas cuyos nombres empiezo a reconocer. Hardcore, grindcore, metal, trash. Esta música se caracteriza por la velocidad y la potencia de su sonido. Guitarras disonantes, percusiones ultraveloces y gritos cuyas líricas son apenas legibles pero gimen con disconformidad y violencia. Sin embargo toda la emoción se mantiene en el escenario. La audiencia escasa se mantiene estática y apenas se logra distinguir algunas cabezas despeinándose con el vaivén de sus dueños. Una banda deja de tocar y otra sube al escenario. Mientras empiezan a preparar sus instrumentos, un chico adolescente se nos acerca y pregunta:

-¿Saben cuánto falta para que toque Dios Hastío?

Daniel se irrita y contesta

–Son los que están en el escenario, idiota. Bien fanático eres.

El chico avergonzado regresa con su grupo de amigos a comunicarles la noticia, todos se emocionan; Daniel y yo también.

Dios Hastío está conformado por tres integrantes. El baterista parece ser el más joven de ellos, debido a que tanto el cantante como el guitarrista son calvos. El guitarrista es quizá el más peculiar, físicamente. Bajo y delgado, con lentes y poco pelo creciendo a los costados de su cabeza, parece ser un oficinista recién salido del trabajo que se ha puesto encima una camiseta negra y una guitarra, mirando con timidez al público. Daniel va hasta al frente del escenario y yo lo sigo.

-Estos tipos la rompen.

Y así es. Cuando empiezan a tocar todos los de la banda empiezan a moverse por el escenario como si se tuvieran epilepsia y así lanzan la música más esplendorosamente brutal que la mayoría vamos a ver en nuestras vidas. El público recibe esto con el mismo entusiasmo que mi guía Daniel: un entusiasmo apenas perceptible. Algunos mueven la cabeza y casi nadie aplaude al final de las canciones. Sin embargo existe un respeto inexplicable hacia esta banda en particular. Quizá se note por el hecho de que hay más gente parada cerca al escenario que en cualquier otro momento de la noche. Toda la admiración hacia esta banda contracultural se resume por fin en un momento de silencio entre canciones. Desde un rincón oscuro, alguien oculto lanza un grito totalmente inarmónico e ilegible, como las letras de las canciones de la banda, como toda la música que oí durante esa noche y como toda la cultura subterránea al que mi guía Daniel ya no parecía reconocer muy claramente.

-Las cosas han cambiado.- dice, y luego de su reflexión repentinamente gira hacia mi con una expresión de disgusto, preguntándome – ¿Y para qué has venido tú hoy?

-Pensaba quizá escribir una crónica sobre todo esto.

-Estás perdiendo el tiempo.


-Rafael Gutiérrez S.

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